miércoles, 26 de marzo de 2014

BORRANDO LAS MENINAS O UNA DOBLE MEMORIA


La contemplación de las Meninas debiera estar en discusión, para Aureo disipar la ambigüedad que oculta el abismo del corazón creativo de Velázquez es tarea inicialmente ineludible para el, Velázquez también.

Tener en cuenta este punto de mira en el proceso creativo conlleva en Velázquez y en Aureo una doble memoria, en el caso de Velázquez una doble memoria rodeada de silencios desde los once años, aceptando un aprendizaje del mundo de la pintura considerado servil, esclavo que le lleva a olvidarse de sí mismo, comprensivo, sin engaños, noblemente.

La flema y la sagacidad con que Velázquez trata de dejar patente que algo se esconde, toleran la irrupción de Las Meninas, la Infanta Margarita y su séquito enmarcan un espacio y un tiempo mensurables y fugaces que pretenden anular el espacio del cuadro por unos silencios luminosos.

Velázquez en La Meninas se hace presente de cuerpo entero, de alma entera, son ellas las que escenifican un protocolo, dan la espalda a todo lo que las rodea. Pero quien realmente es el ordenante del protocolo es Velázquez, todo lo que tiene que ver con la realeza queda reducido a mínimos o en la sombra.

Vamos a insistir en definir el proyecto de “BORRANDO LAS MENINAS” hacer desaparecer lo que aparece a la inmediata, las Meninas, lo que da más la cara, lo que en vez de huir irrumpe y se planta en una instantánea escenificación calculada, lo que accede más al espectador, tocante y sonante para que desaparezca. En un cuadro como este, de escrupulosas geometrías, rayar, garabatear para anularlas y que den paso al espacio y al tiempo inconmensurables de la creatividad, raspar y raspar para dar relevancia a lo que no se ve, desde las ausencias, sugerir presencias, evocarlas…

Las Meninas son la metáfora de cómo se logra ese espacio reivindicativo del arte ennoblecido por sí mismo en un tiempo sin límites.

La doble memoria rezuma por doquier: el espacio, los espacios crean un tiempo intemporal, no sujeto a medida; es la irrupción de Las Meninas la que crea un espacio engañoso y un tiempo a la medida del engaño.

Las Meninas están de paso, no son el cuadro, a lo más el marco, son lo efímero a punto de salir por donde han entrado, hay pose general en el cuadro, posar para desaparecer o posar para quedarse.

Hay espectáculo en las Meninas, un espejo donde mirarse, con miradas perdidas, prefijadas, cuando un speculum principis, deja de ser el punto de mira en la mente de Felipe IV, es decir, un espejismo, una especulación de la que Velázquez se hace eco: para él, especulación razonada, razonable ante una realeza y un pueblo desconsiderados que ven en la pintura un trabajo vil, sin hidalguía, sin nobleza.

De ahí que Velázquez llegue a la conclusión de ser el modelo, el único real, su retrato de cuerpo entero, rodeado de cuerpos a medias, sus majestades en el espejo.

Consta un silencio original en la mirada de Velázquez y en la somnolencia del mastín que dicen más que mil palabras, una superposición, la infanta Margarita y su séquito.

Se cuenta con un intento claro de ocultación, se impone la escenificación como una redundancia de la degeneración de la realeza, de La Familia, La Familia real, título inicial del cuadro que dos siglos después se sustituye por, Las Meninas.

Esta sustitución del título se impone como la sagacidad de Velázquez no nacida del rencor hacia la realeza, sino de hacer destacar el carácter relevante de la pintura, noble en sí mismo y donante de nobleza.

Felipe IV recela ante el embajador Rubens porque es noble, trato distante y olvidadizo con Velázquez, cuando cae gravemente enfermo, y a su muerte no asiste a sus exequias.

Las Meninas datan de 1656 sin la cruz de la orden de Santiago que aparece un par de años después. El título nobiliario le llega a Velázquez después de que el Vaticano le concediera la hidalguía necesaria para conseguirlo.

En Las Meninas, el espacio es una cuestión de tiempo, pero es justamente la irrupción translúcida de Las Meninas la que limita espacios imponiendo un tiempo, una momentaneidad que solo permite ver lo que está y no lo que es.

Ese enmascaramiento de lo real desvela una realeza excluyente que únicamente admite servidumbres que conllevan un distanciamiento que el ojo de la memoria no tolera; es el eco del abismo silencioso, alegoría de la creación artística, un efecto trompe-l´oeil que puede llevarnos a la verdad o a la mentira, por ello la necesidad de borrar para llegar a lo que hay que ver, tan patentes Las Meninas traslúcidas anulan la nitidez.

Velázquez no pretende rivalizar, sí dejar las cosas en su sitio, pretende instarnos a una reflexión sobre el arte, acercarnos a la sima cordial de la belleza, ser transparente ética y estáticamente, un ejercicio de sinceridad creativa, de conciencia creativa.

Indiferentes ante las exigencias de los monarcas Velázquez y Aureo se autorretratan mientras el espectador de turno como sentado en una mecedora vive ausencias en el ojo del recuerdo…

Théophile Gautier dijo al hablar de Las Meninas a finales del s. XIX:
“Où est donc le tableau” - ¿Dónde está el cuadro?