BORRANDO LAS
MENINAS O UNA DOBLE MEMORIA
La
contemplación de las Meninas debiera estar en discusión, para Aureo disipar la
ambigüedad que oculta el abismo del corazón creativo de Velázquez es tarea
inicialmente ineludible para el, Velázquez también.
Tener en
cuenta este punto de mira en el proceso creativo conlleva en Velázquez y en
Aureo una doble memoria, en el caso de Velázquez una doble memoria rodeada de
silencios desde los once años, aceptando un aprendizaje del mundo de la pintura
considerado servil, esclavo que le lleva a olvidarse de sí mismo, comprensivo,
sin engaños, noblemente.
La flema y
la sagacidad con que Velázquez trata de dejar patente que algo se esconde,
toleran la irrupción de Las Meninas, la Infanta Margarita y su séquito enmarcan
un espacio y un tiempo mensurables y fugaces que pretenden anular el espacio
del cuadro por unos silencios luminosos.
Velázquez en
La Meninas se hace presente de cuerpo entero, de alma entera, son ellas las que
escenifican un protocolo, dan la espalda a todo lo que las rodea. Pero quien
realmente es el ordenante del protocolo es Velázquez, todo lo que tiene que ver
con la realeza queda reducido a mínimos o en la sombra.
Vamos a
insistir en definir el proyecto de “BORRANDO LAS MENINAS” hacer desaparecer lo que
aparece a la inmediata, las Meninas, lo que da más la cara, lo que en vez de
huir irrumpe y se planta en una instantánea escenificación calculada, lo que
accede más al espectador, tocante y sonante para que desaparezca. En un cuadro
como este, de escrupulosas geometrías, rayar, garabatear para anularlas y que
den paso al espacio y al tiempo inconmensurables de la creatividad, raspar y
raspar para dar relevancia a lo que no se ve, desde las ausencias, sugerir
presencias, evocarlas…
Las Meninas
son la metáfora de cómo se logra ese espacio reivindicativo del arte
ennoblecido por sí mismo en un tiempo sin límites.
La doble
memoria rezuma por doquier: el espacio, los espacios crean un tiempo
intemporal, no sujeto a medida; es la irrupción de Las Meninas la que crea un
espacio engañoso y un tiempo a la medida del engaño.
Las Meninas
están de paso, no son el cuadro, a lo más el marco, son lo efímero a punto de
salir por donde han entrado, hay pose general en el cuadro, posar para
desaparecer o posar para quedarse.
Hay
espectáculo en las Meninas, un espejo donde mirarse, con miradas perdidas,
prefijadas, cuando un speculum principis, deja de ser el punto de mira en la
mente de Felipe IV, es decir, un espejismo, una especulación de la que
Velázquez se hace eco: para él, especulación razonada, razonable ante una
realeza y un pueblo desconsiderados que ven en la pintura un trabajo vil, sin
hidalguía, sin nobleza.
De ahí que
Velázquez llegue a la conclusión de ser el modelo, el único real, su retrato de
cuerpo entero, rodeado de cuerpos a medias, sus majestades en el espejo.
Consta un
silencio original en la mirada de Velázquez y en la somnolencia del mastín que
dicen más que mil palabras, una superposición, la infanta Margarita y su
séquito.
Se cuenta
con un intento claro de ocultación, se impone la escenificación como una
redundancia de la degeneración de la realeza, de La Familia, La Familia real,
título inicial del cuadro que dos siglos después se sustituye por, Las Meninas.
Esta
sustitución del título se impone como la sagacidad de Velázquez no nacida del
rencor hacia la realeza, sino de hacer destacar el carácter relevante de la
pintura, noble en sí mismo y donante de nobleza.
Felipe IV
recela ante el embajador Rubens porque es noble, trato distante y olvidadizo
con Velázquez, cuando cae gravemente enfermo, y a su muerte no asiste a sus
exequias.
Las Meninas
datan de 1656 sin la cruz de la orden de Santiago que aparece un par de años
después. El título nobiliario le llega a Velázquez después de que el Vaticano
le concediera la hidalguía necesaria para conseguirlo.
En Las
Meninas, el espacio es una cuestión de tiempo, pero es justamente la irrupción
translúcida de Las Meninas la que limita espacios imponiendo un tiempo, una
momentaneidad que solo permite ver lo que está y no lo que es.
Ese
enmascaramiento de lo real desvela una realeza excluyente que únicamente admite
servidumbres que conllevan un distanciamiento que el ojo de la memoria no
tolera; es el eco del abismo silencioso, alegoría de la creación artística, un
efecto trompe-l´oeil que puede llevarnos a la verdad o a la mentira, por ello
la necesidad de borrar para llegar a lo que hay que ver, tan patentes Las
Meninas traslúcidas anulan la nitidez.
Velázquez no
pretende rivalizar, sí dejar las cosas en su sitio, pretende instarnos a una
reflexión sobre el arte, acercarnos a la sima cordial de la belleza, ser
transparente ética y estáticamente, un ejercicio de sinceridad creativa, de
conciencia creativa.
Indiferentes
ante las exigencias de los monarcas Velázquez y Aureo se autorretratan mientras
el espectador de turno como sentado en una mecedora vive ausencias en el ojo
del recuerdo…
Théophile Gautier
dijo al hablar de Las Meninas a finales del s. XIX:
“Où est donc
le tableau” - ¿Dónde está el cuadro?